Como frambuesas
Se hace
necesario
invocar a
todos los
sentidos
para poder
disfrutar
de esa
sensación,
créeme.
Sé lo que
te digo.
El rito
necesario
invocar a
todos los
sentidos
para poder
disfrutar
de esa
sensación,
créeme.
Sé lo que
te digo.
El rito
comienza
con ese
renovado
misterio
que simboliza el hecho de descubrirlos con la vista. Sólo se pueden ver cuando cae la tela y se sueltan los broches de la espalda.
Allí están a la espera que alguien desvele su misterio: jóvenes, vitales, gráciles, frescos; como dormidos en la cima de la nívea blandura de esas colinas que, casi insolentes, revelan a primera vista tu maravillosa condición de mujer, rodeados por una aureola rosada, salpicada de fresas muy pequeñas.
El oído cuenta poco en esta percepción a menos, claro está, que aproxime uno el oído al pecho y escuche el latido de tu corazón que comienza a palpitar más fuerte cuando cuerpo y mente presagian el contacto de la piel ajena. Y aunque el roce sea tan inaudible como una gota de agua en una cascada, si se presta la debida atención, el palpar se torna corpóreo. Si el silencio es suficiente, se puede escuchar un susurro apenas perceptible de la piel rozando piel.
El tacto... ¡Ah! El tacto es una aproximación a lo sublime. Es como deslizar la parte más blanda del dedo –ésa, que lo percibe casi todo–, sobre una tela rugosa. Es acariciar la textura de una frambuesa cálida que aún sigue adherida a la planta en una abrasadora tarde de sol.
¿Te preguntas para qué sirve el sentido del olfato? ¿En verdad no lo sabes? El aroma es la antesala del gusto, la antecámara del goce, el acceso al deleite. El aroma de la piel es prácticamente indefinible, porque le pertenece a uno y a nadie más. La fragancia de tu piel es tuya y no hay posibilidad de confundirla con otra.
Es la admisión a ese placer mayor de los sentidos, que es el gusto.
Degustar esas frambuesas, cuando tu cuerpo hospitalario franquea el paso a la voluptuosidad, es puro éxtasis. Sentir cómo la rugosidad se torna tersura dentro de la boca y la suavidad se transforma en dureza; degustar la sorprendente maravilla de esas frambuesas que son tus pezones y jugar con ellas en la boca, es la mejor y más perfecta definición del placer.
Cuando generosamente te obsequias, con tus manos elevando tus senos, guiándolos ofrecidos a mi boca para besarlos, lamerlos, sorberlos, degustarlos, mordisquearlos con suavidad y ofrendarles mis caricias más dulces, tus pezones se me aparecen a los sentidos como deliciosas frambuesas que surgen de tu cuerpo. Esa tierra fértil que espera el momento de ser fecundada.
Foto: Cortesía & © by Jeff Chapman
Allí están a la espera que alguien desvele su misterio: jóvenes, vitales, gráciles, frescos; como dormidos en la cima de la nívea blandura de esas colinas que, casi insolentes, revelan a primera vista tu maravillosa condición de mujer, rodeados por una aureola rosada, salpicada de fresas muy pequeñas.
El oído cuenta poco en esta percepción a menos, claro está, que aproxime uno el oído al pecho y escuche el latido de tu corazón que comienza a palpitar más fuerte cuando cuerpo y mente presagian el contacto de la piel ajena. Y aunque el roce sea tan inaudible como una gota de agua en una cascada, si se presta la debida atención, el palpar se torna corpóreo. Si el silencio es suficiente, se puede escuchar un susurro apenas perceptible de la piel rozando piel.
El tacto... ¡Ah! El tacto es una aproximación a lo sublime. Es como deslizar la parte más blanda del dedo –ésa, que lo percibe casi todo–, sobre una tela rugosa. Es acariciar la textura de una frambuesa cálida que aún sigue adherida a la planta en una abrasadora tarde de sol.
¿Te preguntas para qué sirve el sentido del olfato? ¿En verdad no lo sabes? El aroma es la antesala del gusto, la antecámara del goce, el acceso al deleite. El aroma de la piel es prácticamente indefinible, porque le pertenece a uno y a nadie más. La fragancia de tu piel es tuya y no hay posibilidad de confundirla con otra.
Es la admisión a ese placer mayor de los sentidos, que es el gusto.
Degustar esas frambuesas, cuando tu cuerpo hospitalario franquea el paso a la voluptuosidad, es puro éxtasis. Sentir cómo la rugosidad se torna tersura dentro de la boca y la suavidad se transforma en dureza; degustar la sorprendente maravilla de esas frambuesas que son tus pezones y jugar con ellas en la boca, es la mejor y más perfecta definición del placer.
Cuando generosamente te obsequias, con tus manos elevando tus senos, guiándolos ofrecidos a mi boca para besarlos, lamerlos, sorberlos, degustarlos, mordisquearlos con suavidad y ofrendarles mis caricias más dulces, tus pezones se me aparecen a los sentidos como deliciosas frambuesas que surgen de tu cuerpo. Esa tierra fértil que espera el momento de ser fecundada.
Foto: Cortesía & © by Jeff Chapman
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